Yoga Iyengar o la caída en la técnica
Autor: Marco Antonio Loza Sanjinés
“Quitarle a un
pueblo el hombre a quien honra como al más grande de sus hijos no es algo que
se emprenda con gusto o a la ligera, y menos todavía si uno mismo pertenece a
ese pueblo. Mas ninguna ejecutoria podrá movernos a relegar la verdad en beneficio
de unos presuntos intereses nacionales, tanto menos cuando del esclarecimiento
de un estado de cosas se pueda esperar ganancia para nuestra intelección.” Sigmund
Freud. Moisés y la religión monoteísta
Yoga Iyengar
Algunos alumnos de Bellur Krishnamachar Sundararaja Iyengar,
más conocido como BKS Iyengar, crearon el sintagma: “Yoga Iyengar” para
diferenciarlo de otros métodos, sin embargo, el propio BKS Iyengar no estaba de
acuerdo con esta nominación, ya que él siempre sostuvo que enseñaba el método
clásico estructurado por Patanjali en los Yoga Sutras.
Uno de sus alumnos más destacados Patxi Lizardi, responsable
de toda su obra en castellano, describe el método en sus aspectos básicos: precisión,
intensidad y dinamismo; de éstos seguramente el más importante es el primero:
la precisión, que está basada en la gran cantidad de detalles técnicos que
buscan alineamientos y simetrías para lograr una postura “correcta” y “exacta”.
Corrección y exactitud que, realidad, son la base de todo el método, exactitud y
corrección llevadas al exceso, por ejemplo, en sus “fichas técnicas”, podemos
encontrar esta extensa y pormenorizada descripción de un âsana:
«Entrada en la postura: Desde parsva hastha padâsana, exhala
y alargando el tronco bajo lateralmente y agarra el tobillo derecho con la
mano. Estira el brazo izquierdo a la vertical en línea con el brazo derecho y
el hombro izquierdo, gira el tronco hacia arriba y mira l pulgar de la mano
izquierda.»
«En la postura: Abre las plantas de los pies en el suelo y
estira los dedos, sube las rótulas, gira el muslo derecho hacia afuera
alineando la parte frontal del muslo, la rodilla, la tibia y el tobillo con el
pie derecho, entra el coxis y resiste con el muslo izquierdo hacia atrás.
Agarra firmemente el tobillo con la mano derecha, gira la pelvis y l tronco
hacia arriba, alarga los bordes del tronco, tiene que estar paralelos entre sí,
gira los hombros hacia fuera, baja los trapecios y entra los omóplatos, abre el
pecho. Alinea el coxis y la parte posterior de la cabeza, estira la columna
desde la base hasta la cumbre de la cabeza, estira los brazos desde el centro
del pecho creando un desafío entre ambos. Gira la cabeza desde la base de la
nuca y mira el pulgar izquierdo sin dejar caer la oreja derecha hacia el suelo.
Mantén la postura 20 segundos. Inhala y con las piernas y los brazos estirados
vuelve a parsva hastha padâsana y cambia de lado.»
«Advertencia: Alarga el borde inferior del tronco (cuando
haces la postura hacia el lado derecho, el borde inferior corresponde al flanco
derecho) desde la ingle hasta la axila ya qu al bajar se tiende a encoger.»
Debido a esta meticulosidad en la ejecución de un âsana
Prashant Iyengar, hijo de BKS Iyengar, añade (en Yoga and the New Millennium)
que Âsana y Prânâyâma hacen en realidad Yoga, que se realizan mediante cuatro
aspectos: una técnica meticulosa, la secuenciación, los tiempos de permanencia
y la integración de estos tres aspectos. Por supuesto, encontramos también aquí
que la “técnica meticulosa” es el aspecto principal e integrador de los demás.
El objeto en el cenit de la cultura contemporánea
Ninguna obra escapa al horizonte de su época. Esta es la
época del objeto (cualquier objeto) elevado al rango de ideal. Este objeto es
producido especialmente por la técnica. ¿Cómo se entronizo el objeto, qué lo
permitió? La respuesta la hallamos en el crecimiento sin límites de la ciencia y
en la pérdida de la autoridad de los ideales que hasta el siglo XIX dominaban
la escena, así se pasó de la “pasión” como síntoma predominante de los siglos
XVIII y el XIX a la “adicción” o las adicciones del tiempo presente. La pasión,
como emoción, abarcaba todos los límites del goce, la pasión era sentida, como
tal, como se sentía el amor o la angustia, en cambio ahora la adicción es un
salir afuera del sujeto y encontrar el objeto que producirá un goce siempre
ilimitado, la psiquiatría norteamericana, tan propensa a las clasificaciones,
habla de “shopping addiction”, “work addiction”, “sex addiction”, podríamos agregar aquí el "yoga addiction" (el yoga como uno más de los objetos de consumo).
Las adicciones nos muestran la reunión del sujeto con los
objetos, no hay impotencia o imposibilidad, —a diferencia de las pasiones: los
amores imposibles— aquí hay más bien el ofrecimiento de una posibilidad sin
límites, se trata de que ya no existen barreras, es el triunfo del narcicismo y
la adoración de la propia personalidad. Todos los objetos son capaces de
proporcionarnos la verdadera realidad y se nos muestran como alcanzables, por
tanto, hay que sentirse culpable por no alcanzarlos. En las adicciones el
objeto se vuelve necesario.
La “época de la verdad” que podemos situar entre los siglos
XVIII y XIX, (en la India del Yoga, un poco más atrás y con una mayor duración)
ha cedido frente a una “época del goce”, la actual, en el que se nos propone un objeto para
la satisfacción, un objeto que se puede tener, es un objeto que funciona para
todos, y es una época globalizada, llega a todas partes, incluso a la milenaria
India, lugar de nacimiento y desarrollo del Yoga.
La técnica en el Yoga
La técnica, en su inicio, fue la elaboración de instrumentos
y herramientas que permitían al hombre entablar un dialogo productivo con su
entorno, el objeto técnico venía como ayuda para conocer, comenzaron como
prótesis del ser humano, para ver más lejos o para ver organismos muy pequeños,
para entablar conversaciones salvando distancias muy largas, también para
matarnos mejor con las armas, pero luego la técnica devino autónoma,
autopoyética, ilimitada, el “gadget” como objeto inútil pero que todos quieren
conseguir es el ejemplo paradigmático de la fascinación por su funcionalidad,
como productos de la tecnociencia, ayudan a crear una ilusión de
autosuficiencia y de dominio.
La técnica en esta época es la encargada de elaborar objetos
para consumo. Aparejado con este deslumbramiento de la técnica está la ciencia como
horizonte contemporáneo, nada que se diga serio puede escapar a ser considerado
“científico” y, sin embargo, el significante mismo “científico” funciona como
un gadget, así hay hechos “científicos” y los demás.
En el Yoga clásico, no existe nada parecido a una tecnología
o tecnociencia, primero por la época en que se escribieron sus principales
textos, después, por la cultura en que se desarrolló, tan alejada del pesimismo
de la máquina. Para Mircea Eliade, autor del libro: Técnicas del Yoga, los miembros
del Yoga que construye y describe Patanjali pueden ser considerados como un
grupo de técnicas cuya finalidad última es el Samadhi, pero puede decirse que
toda la técnica yóguica comienza con el tercer miembro: el Âsana, que se define
como sthirasukham,
“estable y agradable”, lo que importa —dice Mircea Eliade— es que el âsana
confiere una estabilidad rígida al cuerpo y reduce al mínimo el esfuerzo físico.
Estamos aquí, entonces, en las antípodas del Yoga tal como se lo practica en el
occidente contemporáneo, donde lo gimnástico (Ashtanga Yoga) y la técnica
llevada al exceso (Yoga Iyengar), se pierden en la práctica del âsana en sí,
convirtiendo a sus practicantes en “técnicos en âsanas”.
En el yoga clásico, el âsana viene como técnica para
descentrar la atención que prestamos al cuerpo, la disolución de la
identificación al cuerpo o, lo que es lo mismo, obstruir la identificación al
semblante. Pues, el objetivo de las posturas meditativas (âsanas) siempre es el
mismo: “el cese total de la perturbación debido a los contrarios” (Yoga Sutras,
II,48), la cita es de Eliade. Así, la conciencia ya no es perturbada por la “presencia
del cuerpo”.
El âsana realiza “la primera etapa hacia el aislamiento de la
conciencia, las puertas que permiten la comunicación con la actividad sensorial
empezarán a levantarse”. (Mircea Eliade, pág. 64)
El âsana es el representante de todo el Yoga como rechazo a
la condición biológica, el âsana es rechazo a moverse, es rechazo a respirar,
el yogui en estado de âsana puede compararse con na planta o una estatua
divina. Todas las técnicas del yoga tienen en común este carácter de “rechazo”,
de negación de la condición “profana” de la vida humana, esto tiene que ver con
la división antigua entre lo sagrado y lo profano, que está enraizado en el
pensamiento más antigua de India, por ejemplo, en la visión védica el mundo de
los dioses es todo lo contrario del mundo de los seres humanos, la mano derecha
de los dioses corresponde a la mano izquierda del ser humano, un objeto roto en
el mundo de los hombres está intacto en el de los dioses, etc. el Yogui imita
ese modelo trascendente.
Hasta aquí el yoga clásico, pero en nuestra época, —la época
del objeto globalizado como lo describíamos más arriba— ocurre una doble inversión,
una desmentida, es decir, una negación que es en realidad una afirmación, en el
Yoga practicado en occidente se afirma la posición del objeto o del "gadget",
éste está representado por la importancia capital que se da al âsana, a su
técnica, a su práctica, a lo que lo recorre como “terapia”, en la prolongación
de un ideal de belleza corporal o en lo que realiza de adiestramiento (Cf.
Peter Sloterdijk).
Bibliografía:
Mircea Eliade. Técnicas del Yoga. Trad. Alicia Sánchez.
(Barcelona: Kairós, 2000)
Prashant
Iyengar. Yoga and the New Millennium. (Mumbai: YOG, 2001)